lunes, 7 de diciembre de 2009

FILOSOFÍA - El amor, las mujeres y la muerte, por Arthur Schopenhauer



“Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre... La vida del hombre no es más que una lucha por la existencia, con la certidumbre de resultar vencido... La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo y después morir... Y así sucesivamente por los siglos de los siglos, hasta que nuestro planeta se haga trizas”.
El amor, las mujeres y la muerte es una recopilación de ensayos escritos por el filósofo del s. XIX Arthur Schopenhauer, en el que no sólo se tratan los temas referidos por el título, sino también otros tantos que ocupan aproximadamente la misma cantidad de páginas en el libro.
La primera sección de la obra es la más larga, y está dedicada al fenómeno del amor “verdadero” o pasional, que Schopenhauer identifica con una estratagema concebida por la Naturaleza para asegurar la supervivencia de nuestra especie, algo así como una evolución del instinto reproductor de los animales. El autor es capaz, incluso, de ordenar las preferencias de los hombres con respecto a las mujeres, en base a las necesidades de la Naturaleza: en primer lugar, prima su belleza, es decir, su semejanza física con el arquetipo de mujer, en la que se incluyen matices tales como una edad comprendida entre los quince y los veintiocho años, una buena salud y un esqueleto proporcionado; en segundo lugar, las cualidades psíquicas, su inteligencia en particular, puesto que, según él, los hijos la heredan siempre de la madre; y, por último, las consideraciones relativas, que varían según el individuo, y que persiguen el equilibrio entre las características de la pareja. Así, a una persona le resultará especialmente atrayente alguien con cualidades opuestas a las suyas, ya que, de este modo, su descendencia será más equilibrada y virtuosa. Las mujeres, por su parte, mantienen el mismo orden de preferencia, pero con algunas variaciones: prefieren, por lo visto, a los hombres con una edad comprendida entre los treinta y los treinta y cinco años, no tanto que sean hermosos, sino más bien fornidos, y se interesan más por su carácter y valentía que por su intelecto, de nuevo porque es la parte psicológica que sus hijos heredarán de él -“[...] De aquí procede que a menudo amen las mujeres a hombres feísimos, pero nunca a hombres afeminados, porque no pueden ellas neutralizar semejante defecto”.
La segunda sección habla exclusivamente de la mujer, y ya desde el principio la acusa de poseer una inteligencia limitada y una “miopía intelectual” que la lleva a observar con profundidad las cosas cercanas y a ignorar las más lejanas. Para Schopenhauer, las mujeres no tienen categoría; son como niños grandes, mentirosas y torpes en el arte, y existen únicamente para la propagación de la especie. Cito textualmente: “No debería haber en el mundo más que mujeres de interior, aplicadas a los quehaceres domésticos, y jóvenes solteras […] que se formasen […] no en la arrogancia, sino en el trabajo y en la sumisión”.
El tercer asunto a tratar es la muerte. Parece estar fuera de lugar, pero en realidad ofrece con claridad el mensaje principal y la conclusión irrefutable de todo lo anterior: que el individuo es efímero y carente de importancia. Nosotros morimos, la especie, no. “El óraculo de la Naturaleza se extiende a nosotros. Nuestra vida nuestra muerte no le conmueven y no debieran emocionarnos, porque nosotros también formamos parte de la Naturaleza”.


Una vez llegados a este punto, nos encontramos a mitad de la lectura. A partir de aquí se suceden ensayos y fragmentos escritos algo más cortos y directos, relacionados con temas muy dispares entre sí, a través de los cuales podemos conocer el sentido que nuestro filósofo otorga a la vida, que no es otro que el del sufrimiento, considerado éste como el estado natural de la existencia, y siendo tomadas todas las alegrías por fortuitas y pasajeras. Para él, la miseria reina y es positiva, porque induce al cambio. El optimismo es falso y ridículo, incluso corruptor, porque nos hace ver las cosas de manera distorsionada, como si nuestro estado natural fuera el de la felicidad, cuando, puesto que empleamos toda nuestra vida en perseguirla, parece obvio que es al revés. El deseo puede ser eterno; la satisfacción, sólo momentánea. “El aburrimiento nos da la noción del tiempo y la distracción nos la quita. Esto prueba que nuestra existencia es tanto más feliz cuanto menos la sentimos, de donde se deduce que mejor valdría verse libre de ella”. Esto nos lo explica en el apartado titulado Dolores del mundo, una suerte de manifiesto casi ontológico.
Otro de los apartados más elaborados es el de la moral. En él, nos dice que sólo existen tres resortes básicos mediante los cuales se ejecutan todas las acciones del hombre: el egoísmo, que persigue el bien para uno mismo, la perversidad, que busca el dolor para los demás, y la conmiseración, que reduce el muro que separa a las personas y las eleva a la calidad de verdaderos seres humanos.
El resto de collages escritos son más superficiales, siendo los más interesantes el de la religión -a la cual Schopenhauer califica de mal necesario para la sociedad, dada la incapacidad del vulgo en general para entender la filosofía-, la política -donde concluye que el único gobierno ideal sería el del despotismo de los sabios, pensamiento muy cercano al de Platón- y, en menor medida, el llamado El hombre y la sociedad, que resume las ideas de los anteriores y las llena de matices. Existen dos más, uno dedicado al arte -muy decepcionante, porque no hace más que hablar por encima acerca de los géneros artísticos y describir las sensaciones que le causa la música como si se tratasen de datos objetivos- y otro, Pueblos del mundo, dedicado a celebrar un satírico desfile de prejuicios contra los habitantes de diversas naciones europeas y, también, de los Estados Unidos. Ambos son tan pueriles que, en realidad, no merecen mención alguna. Mejor estarían fuera del libro.
Entre las páginas de El amor, las mujeres y la muerte he podido reconocer algunas de mis convicciones más arraigadas, manifestadas, no obstante, bajo un punto de vista poco objetivo y, en ocasiones, demasiado anecdótico: en mi opinión, la enorme profusión de Schopenhauer a la hora de citar a literatos de gran calibre deja en evidencia su vanidad. Sin embargo, su forma de ver el amor es verdaderamente interesante, probablemente muy avanzada para la época, y muy inteligente, a pesar de las hilarantes especulaciones pseudo-científicas de las que hace gala y que, al fin y al cabo, estuvieron tan de moda durante todo el s. XIX. Su punto de vista con respecto a las mujeres es, a todas luces, absolutamente torpe, pero hay que admitir que oculta algo de verdad: de ningún modo accederé a pensar que las mujeres son por naturaleza menos inteligentes que los hombres, pero es un hecho irrefutable que todavía arrastran un terrible, milenario, legado de prejuicios y de histórica tendencia -tradicional- al distanciamiento no sólo del ámbito académico, sino también del propio ánimo intelectual, germen de todo interés; esto se traduce, irremediablemente, en una mayor dificultad para las mujeres que para los hombres a la hora de alcanzar un determinado grado de conocimiento. De todos modos, esta situación es meramente transitoria, y cuando las responsabilidades entre ambos sexos se equiparen definitivamente, tal dificultad desaparecerá. Aclarado esto, hay que tener en cuenta que, en tiempos de Schopenhauer, el problema era mucho más acusado... lo cual no justifica su error, pero lo hace comprensible.


El principal defecto que encuentro en la escritura del filósofo decimonónico reside en su tremenda facilidad para juzgar prematuramente. Un claro ejemplo lo encontramos en El amor, cuando, después de explicar que el hombre puede generar fácilmente más de un centenar de hijos al año, mientras que la mujer sólo uno, dice: “[...] la fidelidad en el matrimonio es artificial para el hombre y natural en la mujer, y por consiguiente (a causa de sus consecuencias y por ser contrario a la Naturaleza), el adulterio de la mujer es mucho menos perdonable que el del hombre”. Vemos que defiende gratuitamente la moral del hombre y señala que su adulterio es más “perdonable” que el de la mujer, en lugar de, simplemente, más común o más abocado a tener lugar. Este tipo de cosas restan seriedad y precisión al discurso de cualquier filósofo, cuyo deber es el de permanecer siempre objetivo e imparcial en sus razonamientos.
Hay, también, numerosas incoherencias en algunos de sus argumentos. Por ejemplo, si la inteligencia se hereda de la madre, y la mujer tiene un intelecto menor que el del hombre, ¿cómo puede un hijo varón ser más inteligente que su madre? Y si el carácter de un hombre siempre está definido por el de su padre, ¿cómo se explica el origen, a lo largo de la historia natural, de semejante defecto como la feminidad en un hombre? Es más, si cada parte de la psique se transmite al hijo sin mezclarse entre sí, ¿cómo se explica la diversidad genética? Seríamos todos psíquicamente iguales.
Las anteriores incongruencias pueden excusarse aludiendo a lo primitivo de los conocimientos científicos de los que se disponía en la época. No tanto la que encontramos en La moral. En la primera parte del libro hemos aprendido que el individuo es accesorio, que nuestra voluntad responde en realidad a la voluntad de la especie. En ese caso, ¿existe alguna diferencia entre egoísmo y conmiseración? Procurar el bien para el prójimo es velar por la seguridad de la especie, es decir, un beneficio para nosotros mismos; un acto, en el fondo, egoísta. Además, si vamos un poco más allá, veremos que la perversidad como tal no existe. ¿Qué sentido tiene que alguien desee ningún mal a otro ser humano y, por ende, a su propia especie? Lo que en realidad desea el subconsciente de una mente perversa no es herir a su víctima, sino, sencillamente, demostrar su inferioridad. En la carrera de la transmisión genética vale todo: tanto construirse a uno mismo como destruir a los demás... desgraciadamente, ambos caminos conducen al éxito. La conclusión final es que en este mundo no hay absolutamente nada más que egoísmo.
Y dicho esto, ya no me queda nada más que añadir. Bajo mi punto de vista, Schopenhauer no demuestra, en este libro, ser un gran filósofo. Sus argumentos son muy interesantes, sí, frescos y avanzados para su época, pero surgen al fin y al cabo de una mezcolanza entre la filosofía kantiana y las doctrinas del brahmanismo y del budismo que, para colmo, son plasmadas sobre el papel con mucha subjetividad y poco fundamento. A pesar de todo, cabe destacar que escribió su obra -repleta de referencias al carácter animal del ser humano- antes de que Darwin popularizara, en 1858, su teoría de la evolución por selección natural; y es innegable la enorme influencia que ejerció sobre otros grandes intelectuales de su centuria y del s. XX, tales como Nietzsche, Freud, Jung, Baroja, Borges o Wagner. Todo parece indicar que Schopenhauer, más que un buen filósofo o escritor, fue un visionaro.
Su obra, un diamante en bruto.

"Hay, oh monjes, un ámbito donde no hay tierra ni agua ni fuego ni viento, ni ámbito de la infinidad del espacio ni ámbito de la infinidad de la conciencia, ni ámbito de la nada, ni ámbito de percepción ni ausencia de percepción, ni este mundo ni el otro mundo, ni sol ni luna; a éste, oh monjes, no le llamo ni ida ni venida, ni duración ni fallecimiento ni renacimiento, puesto que carece de fundamento, de progreso y de soporte. Es el fin del dolor."


Udäna, VIII, I. El Buda

11 comentarios:

  1. bueno,yo nunca he leido nada de este hombre y no entiendo mucho de filosofia(debo ser una de esas plantas interiores que el creia que eran las mujeres xD)aunque tu lo has resumido y explicado muy bien,y desde luego queda evidenciado que estaba muy marcado e influenciado por los perjuicios de la epoca,pero como tu bien dices a pesar de muchas cosas tiene cosas interesantes e innovadoras que se empañan en cierta manera poe esos mismos perjuicios.yo sin embargo por ejemplo si que pienso que deberia haber optimismo y que aunque sin duda hay mucho sufrimiento tanto en la vida como en el amor tambien hay mucha felicidad real o al menos algo que se asemeja mucho.

    la tira de esta semana genial :).

    nos han pagado los del poliii!40 eurillos para cada uno.

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  2. Soy rico!

    xD Gracias por comentar :) En cuanto a la tira, la cambiaré por otra este miércoles, y luego el sábado. Así tendréis las tres tiras prometidas en una semana.

    Debería anunciar este tipo de cosas a lo grande, pero como el blog aun está feo y a medio hacer, pues me da pereza. -_-

    PD: Una mujer de interior no se subiría al escenario para cantar!

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  3. Venga, intentaré no decir nada malo de Schopenhauer...
    Pero si la vida es solo sufrimiento, yo la debo de estar aprovechando al máximo XD porque a sufridora no me gana nadie! (ay no, que llega la autocompasión!XDD)

    MÁS TIRAAAAAAAAS!!

    ¿Cómo vas por aquellos lares alicantinos?

    Bisicos

    P.d.: Ole ahí esos millonarios, ya podeis decir que os ha tocado algo en la loteria XD

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  4. En qué año lo escribio?

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  5. La obra original, Parerga y Paralipómena, se publicó a finales de 1851. El Amor, las Mujeres y la Muerte es un mezclote de fragmentos que vienen de ahí.

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  6. Creo que la generalización sobre las mujeres que haces es supremamente míope, eso de que nos distanciamos del ámbito académico y del ánimo intelectual me resulta una redomada insensatez.

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  7. Creo que la generalización sobre las mujeres que haces es supremamente míope, eso de que nos distanciamos del ámbito académico y del ánimo intelectual me resulta una redomada insensatez.

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  8. Guau, qué alegría ver que todavía se pasa gente por aquí, de vez en cuando.

    Vanguard21, en ningún momento digo (dije... hace ya más de cuatro años, caray) que las mujeres "os distanciáis" del ámbito académico y del ánimo intelectual, sino que habéis estado tradicionalmente (históricamente) más alejadas que los hombres de todo esto, por un motivo puramente social. Evidentemente, se trata de una generalización. Pero una muy obvia; de no haber sido así, hoy en día el feminismo no significaría nada.

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  9. GRACIAAS Por el resumen!!!!

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  10. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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